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CuCu ROSAS ROJAS PARA TULIO
cuento corto
Por R Reynaldo Caballero Cáceres
Algui Empezó a recordar el suceso que
aterrorizo la población y mientras libaba
tom u una cerveza en una tienda con
unos amigos empezó a contarles una
histor historia bastante desconocida del
General:
¡Mataron a un hombre! ¡Mataron un hombre!
¡Mataron a uno!
¡Mataron a un hombre!
Entraron al billar varios muchachos en forma
apresurada y en
alta voz decían: ¡Mataron un hombre!
Se pararon alrededor de las mesa de billar
donde jugaban
concentrados parejas de jóvenes que desde las
primeras horas
de la mañana ocupaban las mesas. Algunos
apostaban dinero,
otros simplemente jugaban el tiempo: el que
pierda paga.
Aquella tarde con el grito de ¡Mataron a un
hombre! Todo quedó
en silencio. Apagaron la música que salía de
una radiola. Allí
aprendí las canciones rancheras, corridos,
huapangos, las
cuales cantaba en el solar de la casa con un
cancionero en
mano.
Cerraron la puerta del billar.
Todos los domingos llegaban al pueblo,
campesinos de ruana
negra y sombrero negro. Traían productos de la tierra como
papa, trigo, cebada. Venían del páramo. La plaza de mercado
quedaba cerca y allí se veían vendiendo sus cosechas y
comprando lo necesario para vivir.
Por la tarde ocupaban los bares y cantinas que
quedaban
ubicadas a la salida del pueblo. Se veían
grupos de cuatro o
cinco bebiendo cerveza. Como a las cinco de la tarde se subían
a los camiones y buses que los llevaban a sus
lugares de origen y
el pueblo quedaba en silencio con su muerto
dominical.
Siempre sucedía: entre ellos discutían y
peleaban. Sacaban
sus afilados cuchillos que portaban a la
cintura y se mataban
por alguna causa desconocida para los
habitantes del pueblo
pero para ellos era motivo la defensa del honor, el desagravio,
el incumplimiento de algún deuda...o porque corrió
la cerca o
desapareció algún animalito como una oveja y
creen
que el vecino la tiene escondida.
Al otro día el periódico local informa sobra lel
muerto del
domingo en el sitio conocido como el Kiosco, ubicado
en la
vereda de Capitancito.
-¡ “El matutino” con el retrato de la victima!
Pasa voceando un señor
que en un carrito de balineras lleva los
periódicos y va por las
calles bien temprano.
Salen las señoras o señores a las puertas de
las casa y
adquieren el diario para conocer la historia
del muerto del
domingo.
-¡“El matutino” ! Solicita una señora en
levantadora.
El vendedor de periódicos se acerca y comenta que el
asesino fue un hermano del muerto.
-¡Santo cielo! ¡Virgen Santísima! , exclama la
mujer.
Cuando voy para el Colegio siempre paso por el
Kiosco. Hay diez cantinas las cuales permanecen
cerradas de
día y
normalmente las abren de noche. El domingo las abren
desde las
cuatro de la mañana, hora en que empiezan a llegar
los campesinos con las flores para las
floristerías las cuales
elaboran bonitos ramos para matrimonio,
cumpleaños, primeras
comuniones, y especialmente para las coronas
que envían a los
sepelios los deudos y amigos del muerto amigo sea
por
enfermedad,
por viejito, por un accidente o
por cualquier
motivo que tiene la gente para morirse.
Cerca de este lugar, hay una floristería y la
dueña es muy amiga
de mi mamá. Tiene cuatro hijos, dos mujeres y dos hombres.
Uno de ellos estudia conmigo en el colegio de varones y somos
compañeros del mismo salón. El quiere ser
sacerdote. Gardenio
se llama.
Cuando paso para el colegio temprano, a eso de
las seis y
media de la mañana, golpeo en la puerta de la
floristería para
invitar a mi amigo al colegio y así
acompañarnos por las calles y
llegar puntuales a la hora de entrada. A veces
sale la hermanita
que estudia en un colegio femenino y dice:
-¡Espérelo que ya sale!
Ella es bonita, tiene el cabello rubio y largo
hasta la cintura.
-¡Dígale que no se demore, estamos sobre tiempo..!.
Esa mañana tuvimos que acelerar el paso y casi
llegamos tarde
al colegio. Nosotros que entramos y el portero
que cierra las
puertas. Quedarse por fuera era un grave
problema. Llamadas
de atención oral, después por escrito y por
tercera vez tenia que
ir el acudiente al colegio.
Una mañana salió a la puerta de la floristería
la mamá de mi
amigo, doña Rosita y ella dijo:
-Siga.. es temprano y lo espera. Se esta
bañando...Seguí a la casa
y había flores por todas partes y varias corona
colgadas, ya
listas para la venta.
No se porque, pero los viernes siempre
entierran a alguien de
prestigio de la ciudad, hoy es el sepelio de la
esposa de un
político; se mató en un accidente de tránsito...pero
el mejor día
es el martes cuando entierran al muerto del
domingo. El del
kiosco...vienen mucha gente del
páramo...mientras lo entierran se
sientan en la tienda “La Ultima Lagrima” y beben cerveza.
Cuando termina la misa, lo cargan a pie hasta
el viejo
cementerio circular y allí lo entierran con
mucho
llanto...después se vienen para la tienda y
continúan
tomando...se van como a las cinco de la tarde
para que no los
coja la noche.
Terminó de desayunar mi amigo y doña Rosa me dio una arepa
para el recreo.
Poco a poco empecé a conocer sobre las
actividades de una
floristería y un día me ofrecieron trabajo
para unas vacaciones
de diciembre, pero tenia que pernoctar en esa
casa para
levantarme temprano y recibir las flores que
vienen del páramo.
Empecé a dormir en una pieza que había en el
fondo del solar el
cual era un inmenso jardín de bellas flores. Me
dieron un
despertador grande, de cuerda, el cual estaba
listo para sonar
sus campanitas a las tres de la mañana. En
verdad sonaba
durísimo... si
no me despertaba era que estaba muerto.
Tenía quince años de edad y me gustaba hablar
con Azucena, la
hija menor de doña Rosa; Azucena tiene la edad
mía. Ella es
Leo y yo soy Tauro. La hermana mayor se llamaba
Margarita,
tendría unos diez ocho años y era muy bonita.
El primer día de trabajo, un lunes, en la floristería empezó bien
temprano, como dijo doña Rosa, el despertador
sonó a las tres
de la mañana...me levanté y salí a la puerta
con mi amigo
Gardenio a esperar el camión que viene del
páramo. Llegó a las
tres y cuarto de la mañana y empezaron a
bajar toda clase de
flores. Los que entregaban las flores eran tres
muchachos que
usaban monteras negras en la cabeza, sólo
se les veían los
ojos y tenían sombreros negros, ruanas negras, guante de lana
negra y alpargates negros. CONTINUAR
Entramos a la floristería los bultos de flores,
helechos, bejucos
y empezamos a elaborar los aros para las
coronas con bejuco y
helecho. Hicimos cincuenta aros de corona.
Enseguida
empezamos a fijar las flores en palitos de caña
brava. Doña
Rosa y Margarita eran las encargadas de adornar
las coronas.
Ellas sabían que flores ponerle. Cuando
terminaban una corona
decían: ¡Listo!
Con mi amigo, pasamos a estampar las cintas de
seda morada
con el nombre de la persona que envía la corona
a la funeraria.
Para el nombre se usaba pintura dorada. Entre
más importante
sea el muerto más coronas se venden a buen
precio.
Las vacaciones pasaban animadas por el trabajo
mañanero...se
aproximaba la Noche Buena. Con el
dinero ganado con este
trabajo pensaba comprarme unos patines de
rueda.
Un domingo, el camión de las flores llegó a las
tres de la
mañana. Abrimos la puerta de la floristería y
el camión estaba
estacionado y empezaba a pitar. Uno de los
muchachos tenía
guantes de lana blanca y botas largas de
caucho. No usaba
montera. El me dijo:
-¡Apúrese!... tenemos afán, debemos ir a otra
floristería que
abrieron cerca la plaza de mercado. Cuando habló, observé que
tiene un diente enchapado en oro. También dijo:
-Hoy están bonitas las flores...doña Rosita:
cuando me muera
envíe
coronas con sólo rosas rojas porque soy muy liberal.
-¿Y eso
cuando será?
-Un día de estos, el día menos pensado...
-El se va a morir pero de la risa, dijo el que
pasaba los bejucos.
-Tulio se va a morir pero de amor, expresó el
conductor del
camión.
-Todos nos vamos a morir, ¿no es
cierto doña Rosa? dijo Tulio
y sonrió.
-No se salva ni el Papa, comentó el muchacho
que fumaba un
cigarrillo.
-Voy a dejar pago unas cuantas canastas de
cerveza en la tienda
“La
Ultima lágrima” para que se las tomen en mi nombre, dijo el
campesino llamado Tulio.
-Vendrán de todos las veredas, de eso estoy
seguro, dijo el
conductor del camión.
Los campesinos del páramo tienen la cara
colorada, son
“coloretos”, por eso usan montera en la cabeza
la cual cubre la
cara, para protegerse de las heladas.
-Les dejamos el musgo para que hagan el
pesebre...y partieron
raudos.
Esa
madrugada hicimos como cincuenta coronas porque iban a
enterrar a un patriarca de la ciudad. Murió a
los cien años y dejó
como cincuenta hijos...nunca se casó pero tenía
hijos con
diferentes mujeres. Fue un general de la guerra
de los mil días.
Cuando estuvo peleando contra los conservadores
tenía
veinte años.
Sonó el despertador y me levanté rápidamente.
Escuché el pito
del camión, el cual hacia sonar lúgubremente
sus enormes
cornetas.
Salí a la calle y vi el camión lleno de
campesinos. En la
madrugada daba espanto ver a tanto hombres y
mujeres
vestidos de negros y por los lados se veían
colgadas boca
abajo
unas gallinas...cantó un gallo que con esfuerzo levantó
el pescuezo.
-Bajen rápido las flores, todas son rojas,
quedaron los campos
pelados sin rosas rojas.
-Hoy entierran a Tulio, cada domingo muere en
el Kiosco uno
del páramo. Tulio murió por liberal. El próximo
domingo le
tocará el turno a uno azul-dijo el chofer del
camión.
-Nos vemos en la tienda “la Ultima Lágrima”
todo está pago exclamo
un
muchacho campesino.
Se volvió a escuchar la corneta del camión de las flores
invitando al entierro.