El sacerdote escucho atento la confesión de una mujer quien lloró contando su vida llena de dificultades, temores y angustias. Contó que es viuda porque asesinó al marido lentamente con gotitas de cianuro que le daba en el caldo. El alcalde recibió un anónimo donde denunciaban a la viuda como autora del crimen de Ricardo, su esposo. El papelito con toda la información fue enviada al inspector de policía, y este la envió al juez. Y un día la viuda recibió el anónimo, con una nota adjunta que decía: no invente crímenes que no cometió, su marido murió de un paro cardiaco y no vuelva a confesarse.
REYNALDO CABALLERO CACERES.
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